CITA EN EK BALAM

 

 CITA EN EKBALAM

Autor Jacqueline Campos

A mis tíos Al y Rubicelia 

 “…Concédeles buenos caminos,                                                                                                                                   hermosos caminos planos."

           

           Planeamos una cita a ciegas para ellos: yo invité a mi tía jarocha de cuarenta y más, y el Chicano invitó al Gringo de cincuenta y tantos. Nuestros invitados eran divorciados con fama de no tener suerte en el amor y por la confianza que nos tenía o quizás porque era el destino; se dejaron guiar por nosotros que jugamos a ser casamenteros.

          La mañana que los presentamos el termómetro avisó sudando que a las once de la mañana teníamos encima 29 grados centígrados y que prometían volverse 38 grados en pocas horas. Quien conoce Yucatán a finales de marzo sabe que la primavera es ardiente y la radiación de las tres de la tarde parece prolongarse 8 horas, pero nosotros estábamos hidratados y vestidos para visitar Ekbalam (estrella jaguar) la joya arqueológica en el corazón de Yucatán; el lugar de la cita para nuestros invitados…ahí latía la selva maya con intensos verdes.

     


                    Mi tía vestía un short de mezclilla y una blusa blanca sin mangas, que dejaban ver su piel morena en las piernas torneadas y los brazos firmes; usaba el cabello suelto hasta los hombros, ondulado y recién teñido de su color preferido castaño obscuro profundo. Lo más elegante fue su sonrisa que trasmitía una actitud positiva, sentido del humor y vitalidad; así como su mirada canela que no sabe más que decir la verdad y nada más que la verdad de lo que piensa y siente. Ella siempre transparente como el agua fresca que brota de un sayab (ojo de agua) en medio de un cenote.

         El Gringo vestido con bermuda de gabardina, camisa de manga tres cuartos con estampado tropical y tenis Nike; me recordó el estilo del investigador americano Thomas Magnum que miraba por televisión los domingos en los años ochenta. Su cabello lacio era más cano que castaño, tenía un bigote tupido que parecía ser la ceja de su sonrisa que se extendía de oreja a oreja; sonreía y miraba igual que mi tía, eso me llamó la atención al presentarlos. Él fue cortés, gentil y atento con nosotras.

          Se gustaron; al minuto dos platicaron cómo si se conocieran desde la infancia y sólo fuera un reencuentro el verse. Los miré desde el retrovisor, mientras manejaba sesenta kilómetros de carretera rodeados por dos murallas de selva donde resplandecían mil tonos de verdes y  árboles de más de 20 metros de altura. En esa ruta conduje con cuidado para no atropellar a un sorpresivo jaguarcillo, gato montés, tigrillo, tejón o venado que pudiera cruzarse en el asfalto. Los cuatro nos internamos en los montes mayas con la presencia de la abundancia primaveral, que miramos en incontables alas de mariposas amarillas y blancas que revoloteaban frente al auto sin miedo a acabar pegadas en el parabrisas; también las risas generosas de mi tía y el Gringo, eran como chispas de bengala dignas de una celebración. Los dos brillaron con incandescencia, sentados en los asientos posteriores. Fue mágico verlos comunicarse a pesar de que, ella hablaba lo básico en  inglés y él sólo conocía seis palabras en español, pero ambos se apoyaron en las gesticulaciones, mímica, tonos de voz, pausas y silencios para decirse lo que sobra en palabras y no ocupa de un idioma o traductor…porque ellos parecían ser del mismo país, mucho antes de llegar a las puertas de Ekbalam.

         El Chicano y yo, estábamos contentos por el éxito del plan. En esa época, no conocía la historia del Gringo que venía de California, pero sí conocía la soledad y la tristeza de mi tía que aún cargaba con el resentimiento de un exmarido que la dejó sin apoyo para sus dos hijos adolescentes que aún no comprendían nada sobre el matrimonio y le hacían sentir culpa. Me alegro verla feliz aquel sábado del 2006, donde no importo que el calor nos hiciera sudar sin tregua; porque nos recompenso con una vista única, después de subir ciento seis escalones de piedra caliza de la pirámide: antiguo palacio del rey Ukit Kan Le´t Tok (el padre de las cuatro frentes de pedernal).

          Sentados en la cúspide a 32 metros de altura, vimos el cielo azul jade cambiar de colores hasta pintar un atardecer digno de dioses, las nubes avanzaban con lentitud al oriente, admiramos la imagen panorámica de la profunda selva peninsular y sentimos la caricia del viento caliente intentar secarnos el sudor perlado sobre los rostros sin éxito e imaginé que respiramos el mismo olor que los mayas aspiraban 600 años dC cuando levantaron piedra a piedra la ciudad de Ekbalam reino de "Tlalol". Mire a mi tía y al Gringo que parecían reyes sentados en la cima de un nuevo mundo, miraban al sur y escuchaban la bendición de Ixchel (diosa del amor) susurrándoles su mensaje con ayuda del aire y el canto de una pareja de pájaros Toh que volaron frente a ellos; entonces se tomaron de las manos y fui testigo de su primer beso.

 

          Poco tiempo después el Chicano y yo dejamos de ser amigos, hoy pienso que quizás el motivo de conocernos fue sólo realizar esa cita en Ekbalam… Sé que a 15 años de distancia de aquel día, mi tía encontró en el gringo, al amor  de su vida (como ella le llamaba); y que él halló en ella, a la  Pocahontas de sus fantasías infantiles. Él regreso mil veces a Yucatán sólo por ella, la mujer con corazón de oro que lo amó hasta el final de sus días.


  •   Imagen de https://matadornetwork.com/es/escuela-de-arte-ek-balam-del-periodo-clasico-temprano/

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