La mujer de impecable maquillaje

¿Has escuchado hablar de Luca Trapanese y su hija Alba? Yo lo hice al leer un artículo titulado “Alba fue rechazada por 20 familias, antes de que el señor Luca Trapanese pudiera ser su padre”. Alba nació con síndrome de Down, conocer esta historia me conmovió y cómo resultado escribí esto.
            Somos discapacitados de alguna forma, algunos se les nota por fuera y a otros por dentro.
     Conocí a una mujer de impecable maquillaje, era abuela de siete nietos y se distinguía porque escogía su ropa coordinada en colores afines a los tonos del maquillaje de sus párpados, dedicaba tiempo para verse impecable desde el cabello cano <que preveía teñir mes con mes> hasta el calzado sin rastro de polvo; también hacía sonreír a los demás con su risa contagiosa durante las conversaciones donde creaba una chispa relajada y humorística en cada reunión. Se llamaba Dita y vivió con comodidad sus años otoñales; sin embargo, la recuerdo por un detalle peculiar: Dita sentía una repulsión por las personas con discapacidad, le provocaban asco; una sensación orgánica intensa que sólo podía evitar evadiéndolos. 
    Al conocer mi trabajo de apoyo a niños con discapacidad en el Valle de San Quintín, Dita me dijo <Te admiró, porque tratas con esos niños con malformaciones o que viene malitos; yo me siento mal, no puedo verlos ni en fotos; pensar en ellos me hace sentir una gran repulsión ¡No puedo evitarlo! Es algo físico, creo que lo aprendí de mis padres, ellos siempre rechazaron y hablaron mal de los que padecían de alguna discapacidad… Los que me conocen dicen que soy muy buena, pero no lo soy. Me dan asco los discapacitados y los desfigurados. Una buena persona no debería sentir eso tan feo por los demás y menos, si se trata de personas vulnerables, cómo lo sin esos niños>. Dita me había revelado uno de sus secretos más maquillados en su interior. 
     Al escucharla sentí por ella ternura y tristeza, al mismo tiempo. Primero ternura, al imaginarla cómo la niña de cuatro años que fue  y  que miró confundida, a su padre cuando él rechazó sin vergüenza a un hombre con síndrome de Down o con parálisis parcial cuando estos solicitaron le trabajo en sus tierras agrícolas; o cuando con confusión, miró a su madre que torcía la boca como señal de incomodidad para luego desviar la mirada que evitaba a los niños o mujeres con discapacidad pidiendo alguna ayuda a la salida de la iglesia ignorándolos sin misericordia...En segundo lugar dije que sentí tristeza por Dita, porque por años evitó la oportunidad de experimentar una forma distinta de amor, una forma de humanidad difícil de entender por quienes no han tenido esa experiencia y/o rechazan la oportunidad tenerla. Aquella abuelita septuagenaria que por años tuvo el aroma a Chanel número cinco en su piel, cargó una gentil máscara social de aparente aceptación y amor al prójimo que fue maquillada impecablemente durante décadas. 
    Como psicóloga sé que las vivencias emocionales que impactan al cerebro en la infancia o adolescencia resisten al olvido por muchos años en la edad a dulta y vejez…¿De quién aprendemos a rechazar o aceptar e incluir a los demás? La empatía, el altruismo, la misericordia y la compasión se aprenden, igual que los prejuicios, la discriminación, el odio y la hostilidad. 
     Si observamos a nuestros padres, hermanos, abuelos, tíos o maestros (esas figuras significativas), rechazando con sus conductas, palabras y actitudes, a las personas con discapacidad por considerarlas inferiores; entonces muy probablemente incorporamos el prejuicio y el rechazo hacia ellos o germinaremos las bases de una disfobia <fobia a las personas con discapacidad> en nuestra personalidad.
Nunca es tarde mientras allá vida, dice un saber popular. 
    La abuela de esta anécdota que vivía con comodidad sus años otoñales cambió poco a poco de actitud, porque la vida le presentó nuevos modelos con diferentes formas de pensar y actuar, nuevas amistades que convivían con la discapacidad propia y de otros; además Dita se atrevió a observar con atención lo que es semejante en ella y las personas con discapacidad, y no dejó pasar las oportunidades de apoyar a asociaciones civiles inclusivas; ella se atrevió a acercarse a personas que aceptan, incluyen, brindan cariño y apoyo a gente con discapacidad, en especial a los niños. Dita a sus setenta y tantos años de experiencia en el mundo, ahora reaprende y deja atrás los prejuicios heredados al observar a sus padres.
    La última vez que nos vimos fue un año antes de la pandemia por Covid 19, en ese entonces me dijo <¿Será que me iré de este mundo sin superar esta disfobia? ¡Soy mala, nunca los quise, ni lo intente!>. La tome de la mano y le dije al oído la frase que aprendí de mi padre: Nunca es tarde mientras allá vida y puedes regalarte una nueva oportunidad, si gustas intentarlo. 
    Y créanme que esa mujer sabia me tomó la palabra y fue valiente para sacudir y despedir a sus monstros internos que le incomodaban,  Dita tomó el reto de cambiar una forma de ser por más de setenta y tanto años y se liberó de una limitante mental y emocional, que le hacía sentir culpable. Ella es muestra de que un perro viejo sí puede aprender nuevos trucos o mejor dicho, que puede vivir con más libertad y ser más autentica en su amor al prójimo.
Sé que aquella abuelita de impecable maquillaje vive con más paz y alegría genuina, que se le nota un brillo especial en sus ojos, ahora serenos; porque Dita se dio la oportunidad de experimentar una forma distinta de amor, una forma de humanidad difícil de entender por quienes no han tenido esa experiencia y/o rechazan la oportunidad tenerla. Y estoy segura de que Luca Trapanese y su hija Alba estarían contentos por la abuelita Dita, al mundo le falta más personas que se atrevan a romper prejuicios, ignorancia y discursos de odio, le falta más gente que se sume a un genuino amor al prójimo ¿Usted que opina?


¿Conoce los derechos de las personas con discapacidad en México?
Desgraciadamente son muchas las organizaciones laborales, de salud, sociales, deportivas, artísticas, educativas, recreativas, políticas, religiosas y familias promueven prácticas de prejuicio y discriminación contra las personas con discapacidad en cada comunidad rural, ciudad y estado mexicano; por lo que lo invito a conocer algunos párrafos del cuaderno de jurisprudencia número cinco: Derecho de las personas con discapacidad, editado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en septiembre del 2020, que cité textualmente por considerar importante su lectura y reflexión: “En 2001, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, en atención a una propuesta de México, estableció un Comité Especial para examinar propuestas relativas a un tratado que promoviera y protegiera los derechos y la dignidad de las personas con discapacidad. Con una amplia participación de diversos actores y específicamente de personas con discapacidad, el 13 de diciembre de 2006, se adoptó la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD).
A lo largo de la historia, se ha concebido a las personas con discapacidad desde el déficit y las limitaciones funcionales, se les ha considerado como incapaces de valerse por sí mismas y como una carga para su familia y la sociedad. La discapacidad ha sido colectivamente estigmatizada como un problema individual o una enfermedad que debe ser curada para que las personas estén en condiciones de ser integradas a la sociedad. Por considerar que no alcanzan el estándar de normalidad o funcionalidad exigido por la misma comunidad, se les convierte en objetos de caridad y se les incluye como beneficiarias de políticas públicas asistencialistas, en las que se les asigna un rol pasivo. Es decir, bajo esta perspectiva de la discapacidad se entiende que es la persona quien es incapaz de integrarse a la sociedad y por tanto, su exclusión es inevitable. Sin embargo, personas con discapacidad y organizaciones conformadas por ellas, han empujado un cambio de perspectiva para que se aborde la discapacidad desde un enfoque
social. Han destacado la existencia de barreras actitudinales y en el entorno, que al interactuar con la deficiencia de las personas, les impiden participar de manera plena y efectiva en la sociedad. Este cambio de paradigma quedó plasmado en la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Esta Convención no creó nuevos derechos, sólo explicitó las obligaciones de los Estados de promover y proteger los derechos de las personas con discapacidad, como respuesta a la exclusión y violaciones continuas a los derechos de esta población, a pesar de la existencia de numerosas declaraciones y normas internacionales sobre derechos humanos.”

 Referencias


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